domingo, 6 de abril de 2008

Culto

Perderlo todo es un supuesto interesante. Me imagino la vida tras la muerte de muchas de las personas que conforman mi mundo, las cercanas y más importantes. Y es trágico, sí, pero también inspirador.

Porque me imagino yendo por el mundo, asesinando gente de maneras creativas, convirtiéndome en un letal cazador de seres humanos. Practicaría las artes marciales al punto de convertirme en una mortal máquina de lucha. Obtendría amplios conocimientos en armas, venenos, explosivos, etc. Estudiaría múltiples idiomas y dialectos para mimetizarme igual en Madrid que en Medellín. Todo tras perderlo 'todo'.

Y claro, pasado un tiempo y por la nostalgia del pasado, intentaría rehacer mi vida al estilo 'tradicional', coleccionando amistades y cultivando un amorcito para matrimoniarme. Todo hasta que el Perro que me instruyó, me moldeó y me usó deshaga mis planes, matando de nuevo a todos cuantos amo, culminando su masacre con un vano intento de matarme a mí también.

Y la consecuencia lógica tras despertar del coma inducido por la bala que se alojó en mi cráneo sería comenzar una senda de venganza sangrienta.

Empezaría viajando al lejano Japón, con una visita al honorable Hanzo-San, quien se vería obligado a fabricarme un fabuloso instrumento de muerte... el sable más filoso que se haya visto.

¡Presto! A matar. Directo a Tokyo. No importa si son 88 o 99. La china-japonesa-americana líder de los clanes yakuza y yo tenemos una cuenta pendiente... y la tapa de sus sesos volará de un tajo. Pero antes tengo que clavarle una tabla en la cabeza a la excéntrica colegiala sanguinaria que tiene por guardaespaldas... y a Kato. Y claro, no puedo irme de Japón sin amputarle unas cuantas extremidades a la perra franco-japonesa publirrelacionista y políglota que tienen por administradora.

Ya muerta la perra asiática (Silly rabbit... Trix are... for kids) vamos por la perra negra, esposa del médico matasanos y madre de la niña con nombre de película de Luc Besson. La matamos con un modesto cuchillo y comenzamos a buscar al empedernido, ebrio, perdedor sacaborrachos hermano del Perro Mayor quien, para mi desgracia, me estará esperando armado de una escopeta cargada con granos de sal. Lo bueno es que aprendí muy bien el arte de atravesar tablas enemigas a 8 centímetros de distancia de mí, porque seguro me entierra con vida.


En el camino se me confundiría fácilmente con la maldad personificada, pero sería un error. La maldad hecha persona es esa perra rubia fogosa del parche en el ojo derecho; esa mortífera Venus que igual seduce y descuartiza. Y pobre de ella porque la tendría que cegar completamente. Lástima que confesó haber matado a mi maestro, el ruquillo taka-taka que pesa lo que una pluma y ¡pega de locura! Esa perra se condenó. Ahora vagará por el mundo ciega y marchita... si la mamba negra que usó para matar el otro perro no la mata primero.


Y matar, matar, matar... Rojo sería mi color favorito por una temporada inusual, en la que ni Dios, ni el mismo Buda me podrían detener. Cumpliría mi venganza: Matar a ****. Pero ¡oh, sorpresa! ¡Mi hija está viva! Menos mal que sé cómo hacer estallar el corazón de las personas.



*Las perras mencionadas se las dedico con celo a Pikgu.
*Gracias a Quentin por pensar en mí.
*Quien no haya visto las películas de
Kill Bill no merece vivir.
*A
Dios se le puede herir, si es con una espada de Hanzo.

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