jueves, 6 de marzo de 2008

De la observancia de fenómenos. [O de cómo se me pierden las buenas ideas.]

Ideas para la escuela, para algún trabajo. Ideas para exponer en alguna plática picosita. Ideas para el nickname del messenger. Ideas para el blog...

Obedecen a momentos de luminiscencia (so to speak). Y son momentos de lo más simples: de camino a la casa, a la escuela, al trabajo; en el camión, el metro, metrobús, taxi; en el coche de mi jefa, hacia el blockbuster, hacia una fiesta; en plena fiesta, de compras en el súper, en el baño...

Y salen las ideas: ¡PUF!
Y son geniales. Parecen revelaciones. Se siente uno personaje bíblico, teniendo epifanías. Claro que no se está dormido, dormido, lo que se dice dormido, pero tampoco se está del todo en el mismo plano que el de a lado.

Y se ambiciona: "Sí, cuando llegue la plasmo... La escribo... La guardo, la publico, la pulo, la presumo..."
¿Y qué pasa?
Se le olvida a uno.

Y qué frustrante es a veces, para quien se siente Einstein por media hora, perder esa estrellita del insondable espacio mental.
Y tan fácil y práctico que sería traer consigo una libretita, ¡chingá'!

Ah, pero nooooo. ¿Quién va a cargar con un sistema de respaldo de ideas? No yo, por desgracia. Al menos no ahora, porque antes sí. Y si la leyeran, les daría miedo. (¡Mwahahaha!)

Y la idea que aparece aquí es la siguiente:

En el mundo faltan ideas, no porque no se produzcan, sino porque no se almacenan.

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